5/1/09

"...Hay cosas, ciertas cosas relativas a mis viejos ídolos, que me hacen venir lágrimas a los ojos: las interrupciones, el desorden, la violencia, sobre todo, el odio que despertaron. Cuando pienso en sus deformidades, en los mounstrosos estilos que escogieron, en la pomposidad y el tedio de sus obras, en todo el caos y la confusión en que se revolcaron, en los obstáculos que acumularon a su alrededor, me siento exaltado. Todos ellos estaban hundidos en sus propios excrementos. Todos ellos hombres que se explayaban exageradamente. Tanto es asi, que casi siento la tentación de decir: "¡muestrenme a un hombre que se explaye exageradamente y les mostraré a un gran hombre!". Lo que se considera su "exageración" es mi debilidad: es la señal de la lucha, es la propia lucha con todas las fibras adheridas a ella, el aura y el ambiente mismos del espíritu disconforme. Y cuando me muestres a un hombre que se exprese perfectamente, no diré que no sea grande, pero si que no me atrae... Echo en falta las cualidades que me sacian. Cuando pienso que la tarea que el artista se asigna implícitamente es la de derrocar los valores existentes, convertir el caos que lo rodea en un orden propio, sembrar rivalidad y fermento para que, mediante la liberación emocional, los que están muertos puedan ser devueltos a la vida, entonces es cuando corro gozoso hacia los grandes e imperfectos, su confusión me alimenta, su tartamudez es música divina para mis oídos. Veo en laas páginas bellamente ampulosas que siguen a las interrupciones las tachaduras de las intrusiones mezquinas, por decirlo asi, de los cobardes, mentirosos, ladrones, vándalos, calumniadores. Veo en los músculos hinchados de sus líricas gargantas el asombroso esfuerzo que hay que realizar para hacer girar la rueda, para reanudar el paso donde te has detenido. Veo que, tras las molestias e intrusiones diarias, tras la vil y reluciente malicia de los débiles y los inertes, se encuentra el símbolo del poder frustrante de la vida, y que quien quiera crear orden, quien desee sembrar rivalidad y desacuerdo, porque este imbuido de voluntad, ese hombre ha de ir a parar una y otra vez a la hoguera y a la Horca. Veo que tras la nobleza de sus gestos se oculta el espectro de la ridiculez de todo ello..., que no sólo es sublime, sino también ridículo.
En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la maquinaria crujiente de la humanidad: ¡pertenezco a la tierra! digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos brotar de mis sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperínas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡soy inhumano!, lo digo con una sonrisa demente, alucinada y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras que sonríen y miran de reojo, unas muertas y sonriendo hace mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocurre siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas páginas de éxtasis sucias de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran circuito que circula através de los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo, indeseable, de borracho, seguirá manando sin cesar através de las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza. Codo a codo con la raza humana, corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inherte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción. Con el abono muerto y la escoria inherte producen una canción que se contagia. Veo esa otra raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas arriba, con los pies chapoteando, siempre en sangre y lágrimas, con las manos siempre vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá, el dios inalcanzable: matando todo lo que está a su alcance para saciar al mounstro que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arranca el cabello en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo veo cuando braman como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que esta bien y que no hay otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas, mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo porque debe hacerlo! Y todo lo que se quede corto con respecto a ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagado, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la ausencia de vida..."

Henry Miller, Trópico de cáncer.